Los rebotes (otras)

 ______VERSIÓN DE A. Selfa con la adaptación de Agustín Gª Calvo______


REBOTES EN EL AGUA
(Les ricochets)

Dejé mi ciudad
(tenía la edad
de trece más cinco)
y un día que tal
en la Capital
me puse en un brinco;
no fue: “Aquí, París,
tu y yo bis a bis”
de entrada mi grito:
que tu Rastignac
no tema, Balzac,
que con él compito.

Burgueses de pro,
tranquilos, que no
os turban el sueño:
no es más que un simplón
que trepa hacia el Mon-
parnaso pequeño.
No es de extrañar
que fueran a dar
mis pies de seguido
al Pon Mirabó,
a decirle “Ho-
la” al lírico herido.

Ni brujo aprendiz
preví yo, infeliz,
el gran alboroto
que en mi estaribel
iba armar aquel
paseo devoto:
que mi corazón
iba en la ocasión,
según su rutina, a
quedar (mira tú)
prendado de su
primer parisina.

El caso es que allí
abajo la ví
junto a unos pilotes,
la linda, tratar
de hacer con mal ar-
te en aguas rebotes.
No es por presumir,
pero hay que decir,
sin darle más porte,
que yo a la sazón
era un campeón
en ese deporte.

“Si un beso me das”,
propuse sin más
a la damisela
“te enseño en un tris
el arte del ris-
con-ras a mi escuela”.
Trato hecho: en tirar
maestra sin par
salió en una horita,
la paga me dio,
muriéndome yo,
su boca exquisita.

Y tiempo a correr,
(la Prensa de ayer
así lo relata)
había que andar
muy listo pa hallar
una china chata.
Rehicimos, del Pon
t Alexandre al Pon
d’Iená, a lo moderno,
y hasta San Michel,
el mapa de aquel
País de lo Tierno.

Fue hermoso, y pasó:
del Pon Mirabó
la linda locuela
un día pegó
rebote y salió
dejando la estela:
por un vejastrón,
veleta, a traición
dio un giro de flecha,
rico y con mansión,
pa más irrisión,
a Orilla Derecha.

No poco lloré:
la lágrima me
duró la quincena:
se dice que al pie
de Auteil (mira qué)
crecer se vió el Sena;
y si al Pon d’Almá
no fui a anegar, ah,
mi pena inefable,
es que el agua allí
ya entonces pa mí
no estaba potable,

y que había ya
visto esta verdá
(que abismos me abre),
que, vivo ni muer-
to es más bien incier-
to el llegar al Havre.
No es para llorar:
vamos, al pasar,
sin rabia ni ruido,
al Pon Mirabó,
a decirle “Ho-
la” al lírico herido.

Comentarios