El descreído (artículos)
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El tema pertenece a su sexto disco donde va acompañado de estas canciones: El traidor - Tío Nestor - El bistro - Abrázalos a todos - La balada de los cementerios - El funeral de Verlaine - Germaine Tourangelle - A Mireille dit "Petit Verglas" - Pénélope - Le storm - Le incrédulo - Huerto del rey Louis - Tiempo pasado - La chica a cien centavos.
“El incrédulo”, que dio su nombre al título del disco, es una canción divertida de 21 estrofas, muy cortas (de solo dos líneas). No es la favorita de algunos críticos y alguno critica el último verso que le parece particularmente mal escrito.
"Si hablo de Dios", dijo Brassens a los entrevistadores, "es porque es un viejo personaje poético". ¿Fue sólo eso a sus ojos? Tal vez te lo estés preguntando. Probablemente fue para aclarar las cosas que escribió El incrédulo (El descreído). “Me gustaría tener la fe, la fe del carbonero", exclama Brassens. Obviamente. Qué descanso, qué tranquilidad. Y aquí está en una búsqueda burlona de este Grial que se desliza por sus dedos. Privado de la panacea divina, Brassens concluye: "Si lo eterno existe, al final se verá que me comporto casi menos mal que si tuviera fe". El Incrédulo va lejos, muy lejos. Es una obra de tolerancia. Satisfará al racionalista, no al obeso sacerdote. Satisfará al cristiano, no a los santurrones. Brassens, agitando este tipo de problemas, rompe el marco de la canción en todas partes.
El propio Agustín Gª Calvo explica que se trata de una de las canciones con historia (como El gorila, sólo que aquí en Primera Persona) que ilustran un tema de importancia metafísica con una aventura divertida y discretamente obscena. Se trata aquí de la pérdida de la Fe religiosa (el personaje es esta vez bastante parecido a como se podría imaginar al propio Brassens histórico, y él mismo lo favorece al citar dos de sus canciones), pérdida de fe que se arregla para estar a punto de causar la castración del descreído, una conexión más pertinente de lo que parece. La pequeña alteración de la melodía que Brassens emplea para el verso penúltimo en «Si l'Éternel existe» la he aplicado además a otros cinco sitios («Mi vecino de arriba», «Una sotana en éstas», «En un corro de unas», «Al ruido acude una», y «Pero para ir al Cielo») al hacer llano el hemistiquio; marcando así, pienso que no inoportunamente, algunas transiciones en el curso del relato.
“El incrédulo”, que dio su nombre al título del disco, es una canción divertida de 21 estrofas, muy cortas (de solo dos líneas). No es la favorita de algunos críticos y alguno critica el último verso que le parece particularmente mal escrito.
"Si hablo de Dios", dijo Brassens a los entrevistadores, "es porque es un viejo personaje poético". ¿Fue sólo eso a sus ojos? Tal vez te lo estés preguntando. Probablemente fue para aclarar las cosas que escribió El incrédulo (El descreído). “Me gustaría tener la fe, la fe del carbonero", exclama Brassens. Obviamente. Qué descanso, qué tranquilidad. Y aquí está en una búsqueda burlona de este Grial que se desliza por sus dedos. Privado de la panacea divina, Brassens concluye: "Si lo eterno existe, al final se verá que me comporto casi menos mal que si tuviera fe". El Incrédulo va lejos, muy lejos. Es una obra de tolerancia. Satisfará al racionalista, no al obeso sacerdote. Satisfará al cristiano, no a los santurrones. Brassens, agitando este tipo de problemas, rompe el marco de la canción en todas partes.
(Bernard en su blog: "Musique, piafs et billets d'humeur, Discografía de Brassens)
El propio Agustín Gª Calvo explica que se trata de una de las canciones con historia (como El gorila, sólo que aquí en Primera Persona) que ilustran un tema de importancia metafísica con una aventura divertida y discretamente obscena. Se trata aquí de la pérdida de la Fe religiosa (el personaje es esta vez bastante parecido a como se podría imaginar al propio Brassens histórico, y él mismo lo favorece al citar dos de sus canciones), pérdida de fe que se arregla para estar a punto de causar la castración del descreído, una conexión más pertinente de lo que parece. La pequeña alteración de la melodía que Brassens emplea para el verso penúltimo en «Si l'Éternel existe» la he aplicado además a otros cinco sitios («Mi vecino de arriba», «Una sotana en éstas», «En un corro de unas», «Al ruido acude una», y «Pero para ir al Cielo») al hacer llano el hemistiquio; marcando así, pienso que no inoportunamente, algunas transiciones en el curso del relato.
(Agustín Gª Calvo, "19 canciones de Brassens")
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