Competencia desleal (artículos)
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Unos años antes, con su canción "El lamento de las hijas de la alegría", Brassens ya había tomado una posición para esta profesión. En este noveno disco, llega al final de su proceso y no duda en señalar con el dedo al amor libre y a aquellos que demuestran una competencia desleal contra las buenas trabajadoras sexuales. En el momento de la liberación de las costumbres, Brassens realiza comentarios allí que otros podrían encontrar reaccionarios. Esta canción, que va contra la corriente de los tiempos y el espíritu de la época, sin duda se compara con la que escribirá más tarde, una pequeña maravilla de escritura: "Canción para la que permanece virgen". Pero hablaremos de eso cuando toque.
Otra profesión que desaparece. ¿La evolución de la sexualidad traerá el fin de la prostitución? Nada es muy seguro. Es una cuestión de aficionados: colegialas, amas de casa, pequeños burgueses y marqueses se entregan al libertinaje menos por placer que para aliviar su aburrimiento.
En Competencia desleal Georges Brassens vuelve a sentir pena por las niñas de la alegría. Él estigmatiza en la canción la competencia que les hacen las mujeres de buen carácter...
Esto no significa que nos prive de sus comentarios ingeniosos. Denuncia el lado perverso de esta competencia con un aforismo del que tiene el secreto:
Y esta competencia es múltiple. Ya sea que provenga de estos de esas desafortunadas chicas que:
O de esas viejas señoronas que, aprovechando las linternas con cristales teñidos de rojo que señalan los burdeles,
Los “chinches de sacristía” se han metamorfoseado en “chinches del salón de té” resultando deplorable:
Georges Brassens estaba indignado por la magnitud del fenómeno:
No sé ustedes, pero en lo que a mí respecta, nunca me cansaré de su humor.
"Competencia desleal". Así tituló Georges Brassens una de sus tiernas, jocosas, instructivas y, sin duda, maravillosas canciones. Se refería a la competencia entre, por una parte, las mujeres que ejercían la prostitución y, por otra, todas las demás, sin distinción ninguna. Jóvenes, maduras, burguesas, marujas, colegialas, marquesas; todas eran culpables, a su juicio, del estado de necesidad en que se hallaban las profesionales del sexo. Y lo eran por entregarse desaforadamente a los placeres de la carne, por acostarse con cualquiera, por dedicarse, en definitiva, «gratis et amore», a una actividad que contaba, desde el umbral de los tiempos, con sus reglas y sus ejecutantes.
La canción tiene casi medio siglo. Brassens la compuso cuando la liberación de la mujer, que incluyó, como es sabido, la sexual muy en primer término. Pero, más allá del amable retrato costumbrista, «Concurrence déloyale» contenía una sentencia que no puede por menos de calificarse de premonitoria. «La manía del acto gratuito se expande», decía el poeta. En esas estamos, en efecto, si bien el acto, ahora, ya no es el acto por antonomasia, ni siquiera el consistente en descargarse ilegalmente un archivo informático, sino cualquiera. No hace mucho, en una sobremesa, me enteré de dos casos harto significativos. El de un periodista que abandonó el oficio para dedicarse de lleno a la publicidad y que ha vuelto a escribir en los papeles a cambio del simple placer de escribir, y el de un profesor universitario recién jubilado que ha vuelto a dar clase a cambio del simple placer de dar clase. En ambos casos, claro, sin que ese placer vaya acompañado de retribución alguna. Como ni uno ni otro precisan el dinero, se avienen a trabajar de balde y a quitarle la plaza a quien sí necesita cobrar por su trabajo. ¡Maldita crisis! A este paso, acabaremos todos en la calle, haciéndola o paseándola.
Unos años antes, con su canción "El lamento de las hijas de la alegría", Brassens ya había tomado una posición para esta profesión. En este noveno disco, llega al final de su proceso y no duda en señalar con el dedo al amor libre y a aquellos que demuestran una competencia desleal contra las buenas trabajadoras sexuales. En el momento de la liberación de las costumbres, Brassens realiza comentarios allí que otros podrían encontrar reaccionarios. Esta canción, que va contra la corriente de los tiempos y el espíritu de la época, sin duda se compara con la que escribirá más tarde, una pequeña maravilla de escritura: "Canción para la que permanece virgen". Pero hablaremos de eso cuando toque.
(Comentario de fuente no datada)
Otra profesión que desaparece. ¿La evolución de la sexualidad traerá el fin de la prostitución? Nada es muy seguro. Es una cuestión de aficionados: colegialas, amas de casa, pequeños burgueses y marqueses se entregan al libertinaje menos por placer que para aliviar su aburrimiento.
(Comentario de Christian Mars en “Brassens, El mal sujeto arrepentido” en traducción libre)
En Competencia desleal Georges Brassens vuelve a sentir pena por las niñas de la alegría. Él estigmatiza en la canción la competencia que les hacen las mujeres de buen carácter...
Sobre esto último:
A la pobre ramera
le quitan el pan de la boca,
es asqueroso.
El trabajo de la mujer no alimenta
ya a su hombre.
Se entregan a la corrupción
de mayores y, por dinero,
remangan sus pañales.
Pasean sus abrigos de visón
a la luz de las farolas.
El cliente puede elegir,
completamente a su gusto,
y pagar mucho menos por
escolares, amas de casa
y marquesas.
A esto hay que añadir que hoy
La manía de hacerlo gratis
se está extendiendo;
que las criaturas se dejan revolcar
de balde y desinteresadamente.
¡Ah, las muy putas!
(Extracto traducido libremente de “Sous la moustache, le rire: L'humour de Georges Brassens” de Loïc Rochard.)
"Competencia desleal". Así tituló Georges Brassens una de sus tiernas, jocosas, instructivas y, sin duda, maravillosas canciones. Se refería a la competencia entre, por una parte, las mujeres que ejercían la prostitución y, por otra, todas las demás, sin distinción ninguna. Jóvenes, maduras, burguesas, marujas, colegialas, marquesas; todas eran culpables, a su juicio, del estado de necesidad en que se hallaban las profesionales del sexo. Y lo eran por entregarse desaforadamente a los placeres de la carne, por acostarse con cualquiera, por dedicarse, en definitiva, «gratis et amore», a una actividad que contaba, desde el umbral de los tiempos, con sus reglas y sus ejecutantes.
La canción tiene casi medio siglo. Brassens la compuso cuando la liberación de la mujer, que incluyó, como es sabido, la sexual muy en primer término. Pero, más allá del amable retrato costumbrista, «Concurrence déloyale» contenía una sentencia que no puede por menos de calificarse de premonitoria. «La manía del acto gratuito se expande», decía el poeta. En esas estamos, en efecto, si bien el acto, ahora, ya no es el acto por antonomasia, ni siquiera el consistente en descargarse ilegalmente un archivo informático, sino cualquiera. No hace mucho, en una sobremesa, me enteré de dos casos harto significativos. El de un periodista que abandonó el oficio para dedicarse de lleno a la publicidad y que ha vuelto a escribir en los papeles a cambio del simple placer de escribir, y el de un profesor universitario recién jubilado que ha vuelto a dar clase a cambio del simple placer de dar clase. En ambos casos, claro, sin que ese placer vaya acompañado de retribución alguna. Como ni uno ni otro precisan el dinero, se avienen a trabajar de balde y a quitarle la plaza a quien sí necesita cobrar por su trabajo. ¡Maldita crisis! A este paso, acabaremos todos en la calle, haciéndola o paseándola.
(Texto de Xavier Pericay en la página de ADEPI)
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