Los castillos de arena (traducción)
Les châteaux de sable
(Le Forestier)
Je chante la petite guerre
Des braves enfants de naguère
Qui sur la plage ont bataillé
Pour sauver un château de sable
Et ses remparts infranchissables
Qu’une vague allait balayer.
J’en étais: l’arme à la bretelle,
Retranchés dans la citadelle,
De pied ferme nous attendions
Une cohorte sarrasine
Partie de la côte voisine
À l’assaut de notre bastion.
À cent pas de là sur la dune,
En attendant que la fortune
Des armes sourie aux vainqueurs,
Languissant d’être courtisées
Nos promises, nos fiancées
Préparaient doucement leur cœur.
Tout à coup l’Armada sauvage
Déferla sur notre rivage
Avec ses lances, ses pavois,
Pour commettre force rapines,
Et même enlever nos Sabines
Plus belles que les leurs, ma foi.
La mêlée fut digne d’Homère,
Et la défaite bien amère
À l’ennemi pourtant nombreux,
Qu’on battit à plate couture,
Qui partit en déconfiture
En déroute, en sauve-qui-peut.
Oui, cette horde de barbares
Que notre fureur désempare
Fit retraite avec ses vaisseaux,
En n’emportant pour tous trophées,
Moins que rien: deux balles crevées,
Trois raquettes, quatre cerceaux.
Après la victoire fameuse
En chantant l’air de «Sambre et Meuse»
Et de La Marseillaise, ô gué!
On courut vers la récompense
Que le joli sexe dispense
Aux petits héros fatigués.
Tandis que tout bas à l’oreille
De nos Fanny, de nos Mireille,
On racontait notre saga,
Qu’au doigt on leur passait la bague,
Surgit une espèce de vague
Que personne ne remarqua.
Au demeurant ce n’était qu’une
Vague sans amplitude aucune,
Une vaguelette égarée;
Mais en atteignant au rivage
Elle causa plus de ravages,
De dégâts qu’un raz-de-marée.
Expéditive, la traîtresse
Investit notre forteresse,
La renversant, la détruisant.
Adieu donjon, tours et courtines,
Que quatre gouttes anodines
Avaient effacés en passant.
À quelque temps de là nous sommes
Allés mener parmi les hommes
D’autres barouds plus décevants,
Allés mener d’autres campagnes,
Où les châteaux sont plus d’Espagne,
Et de sable qu’auparavant.
Quand je vois lutter sur la plage
Des soldats à la fleur de l’âge,
Je ne les décourage pas,
Quoique je sache, ayant naguère
Livré moi-même cette guerre,
L’issue fatale du combat.
Je sais que, malgré leur défense,
Leur histoire est perdue d’avance;
Mais je les laisse batailler,
Pour sauver un château de sable
Et ses remparts infranchissables,
Qu’une vague va balayer.
TRADUCCIÓN
Los castillos de arena
Canto a la pequeña guerra
de los valientes niños de hace años
que lucharon en la playa
para salvar un castillo de arena
y sus muros infranqueables
que una ola arrasaría.
Yo era uno de ellos, con el arma al cinto,
atrincherados e la ciudadela
esperábamos a pie firme
la horda de sarracenos
que partían desde la costa cercana
al asalto de nuestra fortaleza.
A cien pasos de allí, sobre la duna,
esperando que la fortuna
de las armas sonriera a los vencedores.
Ansiosos por ser agasajados
por nuestras novias, nuestras prometidas.
y nos ofrecieran dulcemente sus corazones.
De pronto, la Armada salvaje
se abalanzó sobre nuestra orilla
son sus lanzas y sus escudos
para infligir un forzado saqueo
e incluso raptar a nuestras Sabinas
más hermosas que las suyas, en verdad.
El cuerpo a cuerpo fue digno de Homero
y derrota amarga
de los enemigos, pese a su gran número,
al que infligimos una severa derrota.
y que huyeron en desorden
dándose la vuelta: ¡Sálvese quién pueda!
Sí, esta horda de bárbaros
a la que nuestra furia hizo pedazos
se retiró con sus barcos
llevando como únicos trofeos
casi nada: dos pelotas pinchadas,
tres raquetas, cuatro aros.
Tras la famosa victoria
cantando al son de "Sambre et Meuse"
y La Marserllesa ¡Ohé!
corrimos a recibir la recompensa
que el bello sexo dispensaría
a los pequeños héroes cansados.
Mientras susurrábamos al oído
de nuestra Fanny, nuestra Mireille,
relatando nuestra hazaña
y deslizábamos el anillo en su dedo
una especie de ola surgió
sin que nadie lo advirtiera.
No era más que una ola
de poca altura,
una pequeña ola perdida
pero al llegar a la orilla
causó la mayor devastación;
más estragos que un tsunami.
En un instante la ola traicionera
embistió nuestra fortaleza:
derribándola, destruyéndola.
Adiós Torres, murallas, almenas.
Apenas cuatro gotas sin importancia
lo arrasaron todo a su paso.
Años después nos convertimos
en hombres adultos y lideramos
más peleas decepcionantes,
participamos en otras campañas,
donde los castillos son más ilusorios
y más hechos de arena que los de antes.
Cuando veo a los soldados luchar por una playa,
soldados en la flor de la vida,
no trato de desanimarlos,
aunque sé, habiendo participado
yo mismo en una guerra así
cual será el desenlace de la lucha.
Yo sé que, a pesar de sus defensas,
la causa está perdida desde el principio;
pero les dejo luchar
por salvar su castillo de arena
y sus muros infranqueables
que una ola barrerá.
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