Las trompetas de la fama (artículos)

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Las Trompetas de la Fama nacieron de una conversación entre amigos. Tema de la discusión: las exigencias de la publicidad, la urgente necesidad de sacrificarlo todo por ella, una necesidad que no parecía obvia para Brassens. Primero escribió un poema al respecto, que nos mostró. Le señalamos que hoy en día un poema, por desgracia, sólo sería leído por un puñado de aficionados forzados. Y el poema se convirtió en una canción, cargando (¡y cómo!) contra la "demanda" de alguna manera del periodismo aficionado a los chismes y escándalos. La violencia del ataque está, como siempre, atemperada por una fuerte dosis de humor; pero el asalto se lleva a cabo despiadadamente. "¿Con quién, ¡por Dios! es necesario que me acueste para hacer hablar a la diosa de las cien bocas?", exclama Brassens, antes de sacar para su propia cuenta la moral del caso: pase lo que pase, quedará para aquellos que lo aman como piensa "el pequeño flautista".
Georges Brassens (René Fallet)

Una noche de 1976, Javier Krahe (32 años) y Joaquín Sabina (27 años) colocaron en el tocadiscos el que sería el último disco de Georges Brassens, Trompe la mort (Engaña a la muerte). Ambos eran entonces dos cantautores primaverales, con poco oficio y menos beneficio, y como siempre que escuchaban a Brassens se quedaron bastante impresionados. “En cuanto terminamos de escuchar el disco, nos pusimos manos a la obra. Yo ese día compuse “¿Dónde se habrá metido esta mujer?”, mi primera canción que nacía de un argumento, y no de un verso. Y Joaquín, también ese mismo día, escribió Pongamos que hablo de Madrid. Las dos eran pura inspiración Brassens, por mucho que la canción de Joaquín sea tan urbana”, relata Krahe.

Krahe, Sabina, Paco Ibáñez, Loquillo, Albert Pla, Joan Manuel Serrat, Joaquín Carbonell, Loquillo... Una innumerable lista de músicos españoles ha bebido y vivido de la música de un cantautor francés adorado en su país, pero olvidado en España. O más bien, siendo siempre un eterno desconocido. A pesar de que su aliento aúlla y ronronea en temas tan infinitos como el “Pongamos que hablo de Madrid” de Sabina (y en muchas otras), el “Mediterráneo” y “Penélope” de Serrat (y en otras tantas), o el “Feo, fuerte y formal” de Loquillo (que también versionó “La mauvaise réputation/La mala reputación”).

Un libro abierto, anárquico y desordenado, que narra más las ideas que la vida de este poeta que se dedicó a tenues latrocinios en su juventud, vivió en la miseria hasta los 31 años, alcanzó un espectacular éxito repentino insultando a policías, jueces y otras autoridades, pasó como de la mierda del 68 francés, y fue el primer músico que decidió que los derechos autorales sobre las canciones eran basura anticultural, y los cedió libremente a quien quisiera cantar sus temas sólo con una condición: que se acercaran a su casa con una guitarra, le cantaran las adaptaciones y le demostraran que conservaban el “pum, pum, pum” original. ¿Qué es el “pum, pum, pum”? Es el pentagrama sagrado de un anarquista que componía sus canciones con un lápiz en la mano derecha, escribiendo los versos, y midiéndolos a golpe de puño rítmico en la mesa con la izquierda. Sin guitarra ni piano. Solo con el “pum, pum, pum” del golpe en la mesa.

En el mismo año en que murió Brassens, Sabina, Krahe y Alberto Pérez publicaban el mítico disco de La Mandrágora, en el que aparecían traducidos dos grandes clásicos del trovador francés: “La Tormenta” y “Marieta”; que todo el mundo, en España, se cree que son de Krahe. “Se han hecho muchas traducciones de Brassens. Pero, y lo digo con muchas reservas, creo que las únicas que no son casi infames son las mías”, apunta con su nada inhabitual ironía el cantautor madrileño.

(EL CONFIDENCIAL; 5/1/13 Aníbal Malvar)

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