La tormenta (artículos)
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Creo que no es un secreto (él mismo lo reconoce) la influencia que Brassens tiene en la obra de Javier Krahe y Joaquín Sabina. Ellos mismos cuentan que compraban excitados cada nuevo disco que sacaba el artista francés y lo escuchaban con reverencia en el domicilio de alguno de ellos para después valorarlo y aprovechar el soplo de inspiración que les producía componiendo nuevas canciones. Javier Krahe llegó a publicar dos adaptaciones (excelentes) de algunas de sus obras y preparó otras que, finalmente, no fueron publicadas. En el caso de "Marieta" con licencias muy acertadas y en el de "La tormenta" con exquisita sintaxis a fuerza de echar imaginación y poner conocimientos literarios.
La canción, como todas en Brassens, es una pequeña historia contada con gran acierto. El argumento nos va sorprendiendo verso a verso e incluso se atreve a mezclar elementos humorísticos (y psicológicos por la vía conductista: las tormentas acaban excitando al protagonista y las busca obsesivamente: se ha creado una asociación estímulo-respuesta muy pavloviana).
(Comentarios del autor)
«Que voy a cantar La tormenta, de Brassens, traducida por Javier Krahe»,
repite pacientemente a los de atrás, que no han oído, Alberto Pérez. Estamos en
el sótano del bar La Mandrágora, en La Latina, grabando un disco que se hará
famoso. Es 1981 y, esa canción, que hoy seguimos recordando y tarareando con
las improvisaciones vocales de Pérez y que después ha cantado Krahe en tantos
conciertos, podría pasar perfectamente como original del cantautor madrileño,
tan aficionado a hablar de amores efímeros y chocantes, de cuernos y de
abandonos.
Que Krahe es descendiente directo de Brassens lo ha reconocido él mismo cientos
de veces. Decir que tienen en común, además de un imaginario lírico y unas
prioridades armónicas muy similares, un enorme interés por el verso cuidado y
los jugueteos con la métrica tampoco es descubrir nada. Brassens disloca los
acentos, quiebra palabras en rima y dosifica, en sabia proporción, palabras
malsonantes, coloquialismos, referencias mitológicas y citas de poetas del XV;
pues Krahe igual, pero a su modo y en su mundo.
No es de extrañar, por eso, que la traducción que hizo Krahe de «L’orage» sea,
entre las que conozco, la más fiel y a un tiempo la más alejada, debido a las
libertades que se toma con respecto al original brassensiano. Las otras dos
están firmadas por Horacio Cerván y por Eduardo Peralta y ambas son bien
interesantes. A la primera se le pueden reprochar cierta falta de criterio en
la rima y unos cuantos ripios; a la de Peralta, excelente, tan solo un fenómeno
del que hablaré a continuación.
Los tres traductores mantienen el esquema métrico del sizain (sexteto: estrofa de seis versos) original, que combina
pareados alejandrinos con quebrados eneasílabos en los versos tercero y sexto
de cada estrofa, rimados entre sí. Los tres traducen —buena elección— con rima
aguda en los alejandrinos y llana en los eneasílabos; pero Krahe es el único
que, en una doble pirueta, hace agudos los dos hemistiquios del verso largo («Yo
tuve un gran amor | durante un chaparrón», dice el primer alejandrino, de 6+1 y
6+1 sílabas, como todos en su tormenta). El resultado suena mucho más
francés, mucho mejor, a priori, que el «De lo suave del clima no quiero
escuchar» de Cerván o el «Háblenme de la lluvia, del buen tiempo no» de
Peralta. Pero ya veremos por qué.
De momento, ceñidos a esa estructura (casi) común, los tres traductores se
dedican a aplicar, en la medida de lo posible, los recursos más característicos
de Brassens. Y aquí sucede algo curioso. En el último trujamán aludí muy por
encima al encabalgamiento léxico, que el autor francés introduce a menudo entre
verso y verso o bien entre hemistiquios. Así, en «L’orage» coloca una
significativa cesura en pleno pararrayos: «Toi qui sèmes des pa- |
ratonnerres à foison». En español lo siguen, con matices, Cerván («Tú,
que de pararrà- | yos sembraste el lugar») y, en la misma sílaba, Peralta («¡Ay
del que siembra pà- | rarrayos a granel»); pero no Krahe, quien sin embargo
suele aplicar el mismo procedimiento en sus propias canciones y que aquí, acaso
decepcionado, aprovechará para sacarse una rima dislocada y popular muy digna
de Brassens: «Mira tú que instalar | pararrayos por àhi / y olvidarte poner
| en tu casa, ¡caray!».
¿Y por qué no lo hace Krahe? Pues porque no puede. Porque ya había elegido
antes: decidió que todos sus hemistiquios serían bimembres y agudos, 6+1, de
modo que implícitamente se estaba negando esta hermosa posibilidad de alargar
más aún su pararrayos. ¿Pero de verdad no podía?
(Nos lo cuenta Pablo Moíño Sánchez en su blog “Brassens
en español”)
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