La chica a 100 euros (artículos)
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Guardamos para la buena boca los labios de “La chica de cien centavos”. Tenemos los ojos de Brassens para ella. Ella toca a un matón, sucio e infame con la varita de amor, y el sol fluye en sus dos corazones hacia la barriada donde la escena va a tener lugar. Incluso siendo una "bolsa de huesos", ella es amor, incluso "borracho", él es amor. La chica de cien centavos, es la voz de Musset: "El mundo es sólo una alcantarilla sin fondo donde los monstruos informes se arrastran y se retuercen en montañas de fardos; pero hay una cosa santa y sublime en el mundo: es la unión de dos de estos seres tan imperfectos y terribles. En Brassens, también, "No te metes con el amor".
«Punto y contrapunto» (la página de la que procede este extracto) debía, desde su misma aparición, un homenaje a Georges Brassens. Porque él ha sido el poeta del siglo XX que mejor ha sabido dar un contrapunto, un eco lleno de sorna, a la lógica manida del sentido común. Las letras de muchas canciones de Brassens se inscriben en una operación de destrucción de la lógica que tiene su antecedente inmediato en Groucho Marx, y un epígono tardío en Woody Allen. No cualquier Allen, desde luego, sino el de sus mejores momentos, aquellos en los que acierta a desplazar el cliché o lugar común a un terreno distinto de aquel en el que floreció, para dejar patente su absurdo. Del cinismo de Le mauvais sujet repenti a la ternura en La fille à cent sous, un vecino «más borrachuzo que yo» le ha vendido su mujer por una moneda de cien sous. Cuando él la ve desnuda, renuncia al trato porque la encuentra demasiado delgada. «Yo soy un “viva la vida” (bon vivant), no me apetece abrazar esqueletos. Vuelve con tu marido», dice a la mujer, y ella le contesta, con una vocecilla temblorosa: «Tú me gustas más. Sé que no estoy buena, pero no es culpa mía.» Y todo cambia a partir de ese momento: «Aquel saco de huesos que no había querido ni por una moneda de cobre, se me ha metido dentro del corazón y no saldrá de ahí ni por una fortuna.»
Con La chica a cien centavos (1962), Brassens pega fuerte. Desde el primer verso propina un gancho deslumbrante. Algunas palabras bastan para establecer un escenario salido directamente de La Corte de los Milagros: "Desde el momento en que viví en el tercer sótano..." define ya a un individuo que recuerda, en lo peor, "La mala hierba" y "El mal sujeto" antes de arrepentirse (borracho, inmundo, infame) y lo instala en una historia sórdida de deseo: "Uno más borracho que yo, por una moneda de cien centavos, me había vendido su mujer". Este último verso habría hecho objetar a un viejo macho: «Vender a su mujer todavía pasa, pero a este precio es inmoral... » Muchos admiradores han supuesto, precipitadamente, que en materia de mujeres, el poeta marcaba, con esta canción, su preferencia por las flacuchas, las delgadas, las planas de pecho... ¿No cantaba en el mismo disco los hechizos y los encantos de una ingenuidad evanescente: ¿Una bella que no era muy gorda? ¿Una niña que se bañaba en un manantial? Pero era, me parece, un poco pronto para olvidar la frase del canalla: "Recoge tus huesos, mi amor, y guarda tus aparejos : eres muy delgada..." Porque el hombre tricéfalo: Borracho, inmundo, infame; es un epicúreo que prefiere la eminencia carnosa de las damas. La bolsa de vino desprecia la bolsa de huesos: "Soy un buen hombre, no me importa abrazar esqueletos." A propósito de estas rotundidades codiciadas, volverá más tarde: en 1965, se extasiará con el volumen asombroso de los atractivos de una "Venus callipyge" y en 1969, en "Nada que tirar", alabará las caderas sólidas de su amiga. No olvidemos, también, las famosas confesiones del tío Archibald: ¡Ya está bien de mujeres en los huesos! ¿Que vivan las guapas un poco rellenitas! Y entonces, la guinda final sobre el pastel, este ineludible regalo de ultratumba: "Si al menos fuera bonita" (1985). "Si sólo tuviera formas, diría: «No todo está perdido, es fea, está claro ; pero es Venus, copia conformada. Pero por desgracia, es desolador, se trata de un verdadero esqueleto andante." Volvamos a "La chica de cien centavos". El realismo de este cuadro es asombroso: un cuchitril miserable, un pobre borracho (más rico sin embargo que el marido obligado a vender su mujer por cien sous, el equivalente de 5 francos!), sosteniendo sobre sus rodillas a una mujercita famélica... Sin embargo, esta canción oscura tiene su dimensión... azul. En ocho cuartetas, Georges, nos narra una auténtica historia de amor. No se trata aquí de estos amantes famosos que tanto han inspirado a los artistas y hacen soñar a las jóvenes: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Ulises y Penélope... Más allá del humor y del ritmo alegre, la canción es más profunda de lo que parece. Es un amor que se ríe de las apariencias... Aquí Cupido toma el rostro que quiere ; no el que la lógica o las conveniencias que se aplican a menudo a imponerle. ¿Son los amores improbables los más sinceros? Brassens parece creerlo así. Y el «te quiero» del borracho a la pobrecita rivaliza con los «te quiero» de todos los enamorados míticos: «Bueno, pobre Ninette, consuélate, te quiero». ¿No recuerdan esos versos a los de la Primera chica? "Yo te guardo y yo te quiero como último el regalo de Santa Claus" ; pero la niña puede estar tranquila, Santa Claus, esta vez, tiene los rasgos de un trovador.
La fille à cent sous: una chica delgada que demuestra ser una ganga aún mayor a través de su personaje. Las líneas iniciales e la canción dan la impresión de ser una historia de propio Brassens: un argumento de excluidos sociales por quienes sentía simpatía; pero que eran desaprobados por la sociedad convencional. Se nos presentan dos hombres con absoluta franqueza. Están sucios, repugnantes, borrachos y el más desesperado de los dos ha vendido a su esposa al otro por cien peniques. Pero el enfoque de la canción resulta no ser sociológico sino sentimental. La nueva relación que el protagonista se había comprado despierta empatía, compasión, pasión instantánea y luego, increíblemente, amor mutuo ; que ¡aún más increíble en Brassens! demuestra ser eterno. La historia que comenzó dura y sombría es, al final, dulce y romántica.
Es una canción intrigante. ¿Brassens, en la vida real, se burló inicialmente de alguien, a quien terminó amando profundamente, por ser delgado? ¿Esa persona podría ser Jeanne? Sabemos por los relatos de sus amigos que Georges pudo continuar su romance con Jeanne libremente, porque su esposo, un bebedor empedernido, estaba inmerso en ese mundo desde las primeras horas del día. Es posible que tengamos en esta canción un relato muy tierno de cómo Brassens y su Jeanne se unieron físicamente por primera vez.
(Recogido en el blog de Bernard: "Musique, piafs et billets d'humeur")
«Punto y contrapunto» (la página de la que procede este extracto) debía, desde su misma aparición, un homenaje a Georges Brassens. Porque él ha sido el poeta del siglo XX que mejor ha sabido dar un contrapunto, un eco lleno de sorna, a la lógica manida del sentido común. Las letras de muchas canciones de Brassens se inscriben en una operación de destrucción de la lógica que tiene su antecedente inmediato en Groucho Marx, y un epígono tardío en Woody Allen. No cualquier Allen, desde luego, sino el de sus mejores momentos, aquellos en los que acierta a desplazar el cliché o lugar común a un terreno distinto de aquel en el que floreció, para dejar patente su absurdo. Del cinismo de Le mauvais sujet repenti a la ternura en La fille à cent sous, un vecino «más borrachuzo que yo» le ha vendido su mujer por una moneda de cien sous. Cuando él la ve desnuda, renuncia al trato porque la encuentra demasiado delgada. «Yo soy un “viva la vida” (bon vivant), no me apetece abrazar esqueletos. Vuelve con tu marido», dice a la mujer, y ella le contesta, con una vocecilla temblorosa: «Tú me gustas más. Sé que no estoy buena, pero no es culpa mía.» Y todo cambia a partir de ese momento: «Aquel saco de huesos que no había querido ni por una moneda de cobre, se me ha metido dentro del corazón y no saldrá de ahí ni por una fortuna.»
("Punto y contrapunto")
Con La chica a cien centavos (1962), Brassens pega fuerte. Desde el primer verso propina un gancho deslumbrante. Algunas palabras bastan para establecer un escenario salido directamente de La Corte de los Milagros: "Desde el momento en que viví en el tercer sótano..." define ya a un individuo que recuerda, en lo peor, "La mala hierba" y "El mal sujeto" antes de arrepentirse (borracho, inmundo, infame) y lo instala en una historia sórdida de deseo: "Uno más borracho que yo, por una moneda de cien centavos, me había vendido su mujer". Este último verso habría hecho objetar a un viejo macho: «Vender a su mujer todavía pasa, pero a este precio es inmoral... » Muchos admiradores han supuesto, precipitadamente, que en materia de mujeres, el poeta marcaba, con esta canción, su preferencia por las flacuchas, las delgadas, las planas de pecho... ¿No cantaba en el mismo disco los hechizos y los encantos de una ingenuidad evanescente: ¿Una bella que no era muy gorda? ¿Una niña que se bañaba en un manantial? Pero era, me parece, un poco pronto para olvidar la frase del canalla: "Recoge tus huesos, mi amor, y guarda tus aparejos : eres muy delgada..." Porque el hombre tricéfalo: Borracho, inmundo, infame; es un epicúreo que prefiere la eminencia carnosa de las damas. La bolsa de vino desprecia la bolsa de huesos: "Soy un buen hombre, no me importa abrazar esqueletos." A propósito de estas rotundidades codiciadas, volverá más tarde: en 1965, se extasiará con el volumen asombroso de los atractivos de una "Venus callipyge" y en 1969, en "Nada que tirar", alabará las caderas sólidas de su amiga. No olvidemos, también, las famosas confesiones del tío Archibald: ¡Ya está bien de mujeres en los huesos! ¿Que vivan las guapas un poco rellenitas! Y entonces, la guinda final sobre el pastel, este ineludible regalo de ultratumba: "Si al menos fuera bonita" (1985). "Si sólo tuviera formas, diría: «No todo está perdido, es fea, está claro ; pero es Venus, copia conformada. Pero por desgracia, es desolador, se trata de un verdadero esqueleto andante." Volvamos a "La chica de cien centavos". El realismo de este cuadro es asombroso: un cuchitril miserable, un pobre borracho (más rico sin embargo que el marido obligado a vender su mujer por cien sous, el equivalente de 5 francos!), sosteniendo sobre sus rodillas a una mujercita famélica... Sin embargo, esta canción oscura tiene su dimensión... azul. En ocho cuartetas, Georges, nos narra una auténtica historia de amor. No se trata aquí de estos amantes famosos que tanto han inspirado a los artistas y hacen soñar a las jóvenes: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Ulises y Penélope... Más allá del humor y del ritmo alegre, la canción es más profunda de lo que parece. Es un amor que se ríe de las apariencias... Aquí Cupido toma el rostro que quiere ; no el que la lógica o las conveniencias que se aplican a menudo a imponerle. ¿Son los amores improbables los más sinceros? Brassens parece creerlo así. Y el «te quiero» del borracho a la pobrecita rivaliza con los «te quiero» de todos los enamorados míticos: «Bueno, pobre Ninette, consuélate, te quiero». ¿No recuerdan esos versos a los de la Primera chica? "Yo te guardo y yo te quiero como último el regalo de Santa Claus" ; pero la niña puede estar tranquila, Santa Claus, esta vez, tiene los rasgos de un trovador.
(Extracto de la página Los amigos Brassens en traducción libre)
Es una canción intrigante. ¿Brassens, en la vida real, se burló inicialmente de alguien, a quien terminó amando profundamente, por ser delgado? ¿Esa persona podría ser Jeanne? Sabemos por los relatos de sus amigos que Georges pudo continuar su romance con Jeanne libremente, porque su esposo, un bebedor empedernido, estaba inmerso en ese mundo desde las primeras horas del día. Es posible que tengamos en esta canción un relato muy tierno de cómo Brassens y su Jeanne se unieron físicamente por primera vez.
(De David Yendley en su blog, en traducción libre)
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