El viejo León (artículos)

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El viejo Léon era un acordeonista que tocaba todos los días en la rue de Vanves. Brassens y su grupo de amigos habían declarado que no les gustaba el acordeón. Un día, Leon murió. Entonces se dieron cuenta de echaban en falta su acordeón y Brassens decidió escribir Le Vieux Léon.
El viejo León puede ser la imagen que Brassens tuviera de sí mismo o, quizás, la del música y acordeonista de su barrio parisino en los primeros tiempos. (Brassens vivió cerca de las calles de Vanves y la Gaîté, en el distrito 14 y en la calle de la Gaieté se encontraba la sala de fiestas Bobino, emblemática en su trayectoria.)
El ritmo de la canción se acomoda a una larga lista de 96 pentasílabos (4-1 sílaba por aguda) Seguramente el objetivo de Brassens era marcar un ritmo de vals (que es un clásico en los intérpretes de acordeón) (ta-ta-ta-chan (pausa), ta-ta-ta-chan (pausa)…) Estos versos cortos, todos terminados en aguda, suponen un problema para su traducción (te obligan a abusar de infinitivos o a buscar soluciones originales ajenas al texto perdiendo entonces literalidad). Se ha intentado que la adaptación, dentro de las necesarias modificaciones o simplificaciones del texto, resultara lo más natural posible y respetara el espíritu del original.
No es de extrañar que este tema, de tan difícil traducción, no figure como entre los catálogos y antologías de los cantantes y adaptadores de la obra de Brassens. Fiel al objetivo propuesto de adaptar la mayor parte de la obra de Brassens, he osado por intentarlo. Dios, y el viejo León, me perdonen...
(Comentarios del autor)

En primer lugar, hay una hazaña técnica en El viejo León. Completar 96 versos de cuatro sílabas (+ 1 en español) es todo un reto. Esta pequeña proeza habría encantado al joven Hugo de los Orientales. Pero el árbol de este vertiginoso virtuosismo no esconde el bosque donde cuelga el alma del viejo León. El músico callejero pertenece al pasado de París. La "civilización" rechaza uno por uno los encantos de la existencia y la dulzura de la vida. Qué ternura, qué amistad en esta despedida al viejo León... La verdadera ternura y amistad de los hombres sin "cine": "Pero los amigos -siguieron la caja de pino- con el corazón oprimido -riendo- por no llorar". Si fuéramos clérigos propondríamos tocar El viejo León en el funeral de todos los músicos. Santa Cecilia, amablemente citada en la canción, no diría que no.
(Palabras de René Fallet en “Georges Brassens. Traducción libre)

La canción fue escrita en 1958 y es una reflexión sobre desaparición y el olvido: “Quince años han pasado”. El viejo León está muerto y, sin embargo, todavía permanece en la memoria de quienes lo conocieron. Se da aquí una especie de resurrección que hace oír, no los sonidos del instrumento, sino su memoria. ¿Quién recuerda a este oscuro y modesto virtuoso acordeonista del barrio? Brassens lo convierte en una especie de “pobre Martin” de la música, olvidado, despreciado durante su vida, incluso por quien lo canta ahora: “De no haber podido cuidar tu acordeón”, se arrepiente el artista. La miseria del músico es insondable: toca para entretener, es él quien hace bailar a la gente, sin él las parejas no se conocerían y él es la encarnación de la alegría; sin embargo, nadie lo está mirando, cada uno está demasiado ocupado fijándose en otros entronizados en el escenario; desde la distancia, se regocija en la felicidad de los demás sin tener parte en ella. Entre el cuerpo de la amiga y el acordeón no tiene otra opción. Está condenado a tocar con toda soledad, sin otra forma de reconocimiento que esta alegría íntima que distribuye generosamente, como virtuoso solitario. Y está pasado de moda ...
Representa esta música popular suplantada por el jazz: Le Vieux Léon se convierte en la representación personificada del instrumento que gradualmente pasó de moda. Sin lugar a dudas, Brassens evoca el París de 1944-1945: se toma la molestia de especificar: "Justo ahora, quince años han pasado ya de la desgracia" y "Quince años ya", lo que nos trae de vuelta el momento en que el acordeón era el símbolo de la liberación, con bailes populares, fiestas, optimismo. Es el “anticlarín” por excelencia.
Canta un vals en versos de cuatro sílabas (en francés, esa sería la métrica). Los cuatro le dan al conjunto un equilibrio que nos emociona. Los tres tiempos iniciales le dan el ritmo suave y vulgar de la vida (del que las nuevas generaciones se burlan), mientras retienen la nostalgia. Entonces llega el funeral, en el cuarto: “Riendo para disimular el llanto”.
Es necesario recogerse, enredar a los soñadores en una canción que retoma las viejas tonadas de baile de los tiempos del fervor por este instrumento. Vemos que se ha amontonado el polvo desde aquel momento en que las parejas se formaron con esta ingenua convicción de amantes que creen en la eternidad de sus sentimientos bajo las farolas del París liberado. Con cada paso, el cuerpo permanece en el aire, los tres latidos débiles son seguidos por uno más fuerte que expresa la esperanza que palpita en el baile de los humildes.
Viejo León es el nombre emblemático de esos sonidos del ayer que duermen en nuestra memoria, que se bailaron una noche en el volcán del destino y que vuelve a la vida durante tres minutos por placer. En lugar de evocar, como Gainsbourg sobre el mismo tema, el "piano con correas", las "teclas de nácar" en “Accordeón”- interpretada por Juliette Greco-, Brassens nombra al músico y por la pura gracia de los versos sugiere la atmósfera vinculada a los sonidos del acordeón. El tour de force consiste en hacer escuchar solamente con una guitarra (pulsando las cuerdas) los acentos tan diferentes de este instrumento de viento tan voluble: de ahí el ritmo rápido de las cascadas de versos con rimas similares. En las secuencias de las cuatro sílabas, percibimos el asma chirriante del instrumento; Con cada línea, la voz permanece en la rima por un momento para recuperar el aliento, imitando el vacío que se desliza entre cada empuje-tirón del acordeón. En lugar de ser una restricción, las rimas, casi exclusivamente masculinas (en aguda), multiplicadas por la brevedad de los versos (¡96 en total!) son la verdadera fuerza impulsora de la melodía; es un sistema de rimas dentro de coplas conectadas rápidamente. La rima en "eon" juega un papel importante en el coro, con sus palabras obligatorias y esperadas: "Panteón", "acordeón" y "Viejo León".
Por supuesto, esta música está pasada de moda, pero el esfuerzo del cantante se centra en llenar esta cantidad irrisoria de tiempo con un encanto, para mostrar que las notas nunca se olvidan. Parece que este trabajo de piedad, todo en memoria voluntaria, respaldado por efectos del lenguaje muy elaborados: «parti des myosotis», «amicale des feux follets», ("del partido de Nomeolvides”, “Sociedad de los fuegos fatuos”); es de hecho una proyección hacia el futuro de lo que quiere. Pensamos en él, dice Brassens, quince años después de su muerte.
Sin embargo, aquí estamos nosotros ahora, e incluso podemos decir que, desde la muerte de Brassens, los cuarenta años se nos han hecho similares.
La moda amenaza gravemente la canción, más que cualquier otra producción. El placer que experimentamos al escuchar una canción está vinculado a esta efímera asociación así creada. Le Vieux Léon parece ser una lección indirecta de supervivencia: las notas y las letras son volátiles, las modas se empujan entre sí y el ridículo acecha, sin embargo, el trabajo en profundidad de Brassens y su catálogo de sugerencias, canción tras canción, parecen demostrar lo contrario: nos queda la canción.
(Por Gavroche, en Le boulevard des poetes, traducido libremente)

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