El mal sujeto arrepentido (artículos)

 Comentarios



 "El mal sujeto arrepentido" (Le mauvais sujet repenti) cuenta la historia de un chulo advenedizo que aprovecha la ocasión de toparse con una puta inexperta a la que instruye y posteriormente explota hasta que esta le abandona tras un "incidente" profesional.

Viniendo del segundo disco, la canción “El malvado sujeto arrepentido” habla de una prostituta a la que el autor describe desde el principio con palabras no muy halagüeñas. La describe de esta manera: "Vi que estaba lidiando con / Una principiante. [.] [Ella] tenía el don, es cierto… Pero sin técnica, un don no es nada". 

El narrador piensa que tiene más experiencia en el campo del amor y quiere compartir sus conocimientos: "Yo le enseñé a mover, para ganar fortunas, la parte de la espalda que es como la luna...”. Y explica por qué lo hace:

"Porque, en el arte de exhibirse por las aceras, / [.] Lo difícil es saber bien / mover el culo”

El cantante está feliz desde el principio con este encuentro porque la mujer ha devuelto la cortesía sin estar en deuda. Pero el resto es triste: "Una noche [.] / Ella fue víctima de una enfermedad vergonzosa / [.] Me pasó la mitad de sus microbios”. La mujer "compartió" su cuerpo con otros hombres y contrajo una enfermedad contagiosa que transmitió al narrador. Termina lamentando los modales de las mujeres que venden sus cuerpos: ¡Escuché que se vende incluso a la policía, la decadencia! ¡Ya no hay moralidad pública en nuestra Francia! El autor de la canción está insatisfecho con la falta de moralidad entre las personas que no la tienen.

A través de la letra de estas canciones, notamos que los sentimientos de Brassens hacia Jo son bastante negativos; pero al mismo tiempo tan fuertes que no puede olvidar pensar en ella. 

Como todas las canciones de Brassens la canción es una historia completa con su presentación, nudo y desenlace; aderezada con ricos detalles. Es uno de los temas más populares del cantante, un cantante a quien las putas francesas rinden homenaje públicamente desde las instancias que las representan. El 16 de junio de 1976, el colectivo de prostitutas de París envió a Georges Brassens la siguiente carta:

 "Querido Georges Brassens, Nosotras, las putas, damos las gracias por sus hermosas canciones que nos ayudan a vivir. Desafortunadamente no conseguimos tu dirección hasta muy tarde. Aquí hay una invitación. Todas te estamos besando.

     Tus Amigas del Colectivo, de todo corazón, contigo siempre."

Cuenta Agustín Gª Calvo en su libro "19 canciones de Brassens” que este siempre tuvo, para con las putas, comportamientos y palabras de ternura. Nunca osó juzgarlas, en todo caso las trataba como a cualquier otra persona cuyas condiciones en la vida le empujaron a este trabajo despreciado por los bienpensantes: se compadecía de sus sinsabores y se reía con las anécdotas humorísticas que puede ofrecer su vida.

Esta canción es un ejemplo de cómo reírse (y criticar con aderezo de salsa agridulce) en una "negra" historia de putas y proxenetas. Aquí se hace cantar al macho bajo una de sus formas más típicas y puras, la del chulo; y le hace decir, con la más precisa y graciosa caricatura, lo que tiene que decir hasta encontrar expresión para la relación dialéctica
de 'hampa' y 'gente honrada' con aquella paradoja de «como un canalla que era, yo me hice decente». Para mi uso, había tomado la costumbre de cantar esta canción modificando el ritmo original hasta darle un cierto
aire de chotis, que casa bien con algunas peculiaridades lingüísticas de que he dotado al tipo en mi versión. He renunciado, en cambio, a las rimas impares, que no tenían gran valor según la frase musical corre, enlazando en un v. de 13 sílabas los dos de 9 y 5 (8 y 4, según la manera de contar francesa) del original.

Suele aceptarse que varias de las canciones de Brassens tienen como trasfondo la figura de una jovencísima amante de sus primeros tiempos; se trata de la pequeña “Jo”. En esta canción existen detalles que señalan claramente las circunstancias de su relación. Merece la pena que contemos algunas cosas sobre aquella amante precoz, en palabras de Luis Chao:

A finales de junio de 1945, Brassens se encontró con Jossete, una cría de 17 años, menuda, aún adolescente y ya muy espabilada. Se conocieron accidentalmente a la salida del metro de Denfert-Rochereau, y se citaron para el día siguiente. En los bancos públicos la niña deslumbró a Brassens por una soltura impropia de su edad y de aquellos tiempos, por su desbordante imaginación y por su entera disposición a afrontar lo desconocido. Josette era una niña desgraciada, lo cual, para un anarquista sentimental era un encanto más: sus padres se habían divorciado y su madrastra la detestaba. Brassens decidió protegerla, primero; luego fue su profesor de poesía y de anarquía para convertirse, al final, en su amante. No era fácil vivir un gran amor bajo la vigilancia de la celosa Jeanne, de quién seguía dependiendo Brassens. Sus amigos le sirvieron de Celestinos prestándole sus habitaciones y sirviéndole de correos.

 Gracias una vez más a Andre Larue, podemos reproducir alguna de las cartas cruzadas entre los dos enamorados. Al principio, la joven trata de ponerse a la altura poética de su amigo, que le escribe en versos. Sus misivas son algo torpes, pero ya se advierte un deseo de distinguirse de los comunes mortales.

"No somos gente ordinaria, somos originales; desgraciadamente somos humanos y nuestros sentimientos muy bajos, y por ello el tiempo será muy largo hasta el martes. Tu poema era muy... muy... En fin, que me gustó. Escríbeme más, querido...

En realidad, no sé por qué me decidí a escribirte. ¿Tendría necesidad? En este momento me están mirando dos lechuzas. He sorprendido sus miradas indiscretas, pero no quiero verlas: son repugnantes. El viejo cuervo que viste el viernes lanza ruidos sordos que en su lenguaje quieren decir: "Esta juventud indomable solo piensa en divertirse y que trabajen los viejos". He visto que desde esta mañana mis ideas van desde el otro lado de las rejas; ve que estoy escribiendo en este momento y me detesta el bandido.
Yo también lo detesto, o tal vez no; me es indiferente. Sería magnífico si en este momento te me aparecieses en una carroza alada. Me harías un sencillo gesto con la mano; iría hacia ti y nos iríamos por los aires sin mirar hacia atrás. Estaríamos solos los dos. Llevaríamos una vida absolutamente desvergonzada. Nos acostaríamos al ponerse el sol y haríamos burla a los pobres habitantes de la tierra"
 

Como veremos, Josette, irá mejorando el estilo y el contenido. Gracias sobre todo a Brassens que le daba también clases de gramática y de redacción. He aquí uno de los primeros ejercicios que le propuso el maestro:

Paralelismo entre dos frases:

1º Ellos cedieron porque se les prometió formalmente que no serían castigados"
2º Cedieron ante una promesa formal de impunidad.

La primera fórmula contiene: tres verbos (cedieron, prometió, serían castigados), dos conjunciones (porque y que), tres pronombres, (ellos, se y les) y un adverbio, (formalmente). En la segunda fórmula, el empleo del término promesa permite la supresión de porque se les prometió y la sustitución del adverbio formalmente por el adjetivo formal. El empleo del término impunidad permite la supresión de que no serían castigados. La primera frase es pesada, inelegante. La segunda es joven,
definitiva y tan precisa como la anterior o aún más. Evitar el empleo de pronombre de todas clases, de los adverbios, de conjunciones, de los verbos “ser y tener” y de los participios presentes (sobre todo éstos en los principios de frases). No hay que decretar su prohibición total; únicamente quitar su abuso. Sustituir los verbos “ser, encontrarse y haber”, por otros, capaces de dar una imagen que enriquezca y exprese la idea.»
 

La niña hacía progresos. No sólo en sintaxis sino también, con tal profesor, en anarquía. Aparecía raramente en su trabajo (estaba empleada en una oficina de recaudaciones) creía cada vez más en el poder de la fantasía y pronto se convenció de las virtudes absolutas del amor compartido. La pareja era feliz, cuando un día la niña desapareció de improviso. Pasaron semanas sin que diera señales de vida, y los amigos de Brassens empezaron a inquietarse. Al cabo de un tiempo recibieron un mensaje de Josette, escrito desde un reformatorio: había sido condenada por llevar a la práctica las primeras lecciones de Proudhom, para quien «la propiedad es un robo», y se había apropiado de latas de Conservas, salchichones, zapatos, vestidos, etc.

No se corrigió al salir del reformatorio. Al contrario: Completamente abandonada ya por sus padres, y más aún por Brassens y su pandilla, Josette pensó que la mejor forma de ayudarles era mejorar los menús de las diferentes familias que la albergaban. Seguía robando. Pero esto era ya un pecado venial, pues pronto se metieron en más serias complicaciones. Ocurrió en una habitación de un sórdido hotel de Pigalle, frecuentado por las «respetuosas» que desde siempre pueblan ese barrio.

Había ido con Brassens a hacer por primera vez «lo que hay que hacer para qué el resto no exista», como dijo Hemingway. Lo único que se le ocurrió a Josette, después del ritual, fue robar la cartera de una profesional, con todas las ganancias del día y tan fuertes fueron los gritos de la víctima que Brassens le obligó a devolverlo. El escándalo fue mayúsculo. Llegó la policía. Brassens temía ser sorprendido en un hotel con una menor escapada de su casa y, para colmo, con su registro de
antecedentes penales manchado por el robo de su juventud. «Fiel a sus principios de prudencia cuando se da cuenta de que las cosas empiezan a serle peligrosas -escribe André Larue-, prometió terminar poco a poco con este idilio.»
 

No era tan fácil. Poco después descubre con horror los primeros síntomas de una enfermedad venérea. Únicamente se la podía haber contagiado Josette. ¿Pero era posible? Después de un corto interrogatorio, la joven le confesó que ¡tres días después! de la escandalosa noche en el hotel, se había ido a buscar clientes por Pigalle. ¿Por qué lo hizo? - «Porque tengo que comer», contestó, con toda lógica. Gracias a un amigo médico y a un producto milagroso v raro por entonces -la penicilina-, Brassens logra detener el mal. Josette, en cambio, sin amigos ni antibióticos, llega a las puertas de la muerte. Brassens, según escribe Larue, «había renunciado a verla, no sólo por razones sanitarias, sino también porque temía que lo considerasen su protector en el oficio». Entre fiebres v delirios, le escribe:

«Georges, mi querido amante: Escúchame con atención, pues no sé si podré escribir el final de la carta. Estoy muy enferma desde hace ocho días y es posible que se me paralicen los riñones. Casi no puedo andar o sentarme en el borde de una cama. Tengo una fiebre horrible por las noches, y sólo me espera una operación inmediata o la muerte un poco más tarde. Si puedo y me decido a volver a Saint Louis ya haré algo para que lo sepas. Si pudiese vivir en casa del poeta, podrías venir a verme al menos una vez… Sufro terriblemente. Casi no puedo orinar. Tengo ganas de gritar. De todas formas, Pierre es muy bueno; a pesar de todas las disputas que tiene con su madre, a veces deja la llave debajo de la puerta, gracias a lo cual puedo entrar...

Esta noche tengo mucho dolor y sufro mucho. Cuando vuelva el poeta me va a encontrar en su cama. ¿Crees que se va a enfadar? Tengo relaciones con el periodista de quien te había hablado. Regresó a París y está viviendo con su tío. Me reserva una habitación todas las noches, y me invita a cenar. Ya no fumo. Sabe que te quiero y está un poco celoso, pero es muy bueno conmigo. Georges, mi amante, sufro mucho. Quizá me muera. Es un calvario. Ya es como si no viviera, y hago esfuerzos sobrehumanos para verte.

     Adiós, querido Geo; te quiero y creo que estás aún aquí.» 

Alarmado, Brassens consigue penicilina para ella; también la interna en un hospital. Al mismo tiempo le envía una carta moralizante, absolutamente opuesta a la imagen que le había dado hasta ahora:

«Hace tiempo que me había dado cuenta de tu esquizofrenia. Y, por si ignorases el sentido de esta palabra, voy a explicártelo. La esquizofrenia es la enfermedad mental del esquizofrénico. El esquizofrénico es un individuo que, a la par que goza de todas las facultades intelectuales, está en conflicto con la realidad; ha perdido el contacto con la lógica. Yo
soy un esquizofrénico, pero tú eres la más obtusa de los dos. Te estabas peleando con la realidad y he aquí que esa desgraciada te pega un golpe en la cabeza, y si te digo en la cabeza es por no decir otro sitio (tu humor paradójico sabrá dónde). No quisiera convertirme en un predicador del Ejército de Salvación, pero como en la sociedad razonable los ricos ayudan teóricamente a los pobres, es normal que en la esquizofrenia los menos atacados ayuden a los que la enfermedad les impone guardar cama, que te dediques a la introspección, a reflexionar seriamente en mis antiguos consejos que no seguiste. En fin, te pido, cuando me hayas olvidado, tres semanas, que no me obligues a ir a no decirte el amor que te tengo en un hospital y, sobre todo llena de gonococos.»
 

Es posible que Josette no hubiera seguido los consejos de Brassens en lo relativo a la moral; pero los literarios sin duda. Véase la respuesta a la carta anterior. Ya anda rondando Albertine Sarrazin: 

«Estoy en una cama de hospital, es cierto. Tan cierto como que estoy fuera de la realidad. Que no me mezclo con esa asquerosa manada. A la que con obstinación llaman mundo. Y, si estoy enferma, también es cierto que mi enfermedad es la esquizofrenia. Pero es la única que conozco. ¡Y no se puede decir que sea una tara! Creo que mi estado es magnífico. Y no comprendo que tú, Georges, tú; formes parte de los otros y me aconsejes la introspección, el estudio de vida anterior. En una palabra, me dices que debo cambiar. ¡Qué ironía! ¿Cómo quieres que después de dieciocho años de vida bohemia, abandonada por todos, rechazada por la sociedad, declarada enferma por los psiquiatras; en fin, por último, abandonada a mi «triste suerte» por la gente «normal» (incluida mi familia), cambie de repente? ¿Qué quieres, Georges? ¿Que cante? ¿Que me amigue con la lógica? ¿Que abandone las armas ante la estulticia? ¿Que me codee con los absurdos? ¿Que lea los sucesos en los periódicos? ¿Que coma? ¿Y quizá que coja un paraguas cuando llueve? Es como exigirle a un carnicero que haga versos...» 

La alumna ha sobrepasado al profesor. Y también en la puesta en práctica de la teoría: meses más tarde Brassens -cuando ya lo había olvidado todo- recibe esta carta de Josette, fiel hasta después del desprecio: 

«Mi querido pequeño Georges: Acabo de salir de la cárcel. Sí; has leído bien, y sólo un idiota se extrañaría de ello. ¿Qué cosa más normal, en efecto, que Josette haya ido a pasar tres semanas en la Roquette? He estado con verdaderos bandidos y trabé amistad con algunos condenados a muerte. Ha sido un gran paso, ¿verdad? Lo más triste es que el delito haya sido ínfimo: vagabundeo. Por ello las tres semanas me han servido de penitencia, y me soltaron el día del juicio. La próxima vez te prometo que estaré más tiempo. Georges querido, te quiero mucho, y para demostrártelo, no hay ni una comisaría de policía, ni un coche celular, ni una celda de cárcel, ni un depósito que no haya tenido el honor de ver nuestros nombres unidos con una delicada caligrafía. Además, todos mis guardianes han oído algunos trozos de tus canciones.» 

Ninguna contestación. Y ya, meses después, la última carta de la «petite Jo», como la llamaba cariñosamente Brassens; la «petite Jo», establecida oficialmente de prostituta, que no ha perdido sus cualidades literarias. Al contrario, les añade una ironía mordaz: 

"Georges, desde nuestro adiós definitivo, nuestra separación, desde que, en fin, nos alejamos sin esperanzas de regreso, he conocido la tranquilidad bajo los más diversos aspectos: libertad de espíritu en primer lugar, al no tener la mente ocupada por tantas citas, por los poemas que usted me obligaba a escribir, por los fantásticos cálculos diarios que les permitían vivir a mi costa, por la diplomacia que tenía que desplegar para calmar sus celos. Y también libertad del cuerpo. Obligación de prostituirme para cumplir sus caprichos: tabaco, alcohol… Y usted, infatigable, a quien tenía que abandonarme durante horas para saciar sus vicios. Pues sí; se terminó la dominación, la prisión. Nos separamos sin ninguna deuda. Prosiga su maldita ruta; un día la policía nos hará el favor de limpiar a la humanidad de un terrible gángster... no se olvide que siempre tendrá una amiga que le ofrecerá la posibilidad de acostarse con el magistrado para salvarle la cabeza... 

Y así termina la hermosa y triste historia de los amores del poeta con su musa. Con su musa, sí; pues es a ella a quien evoca en "Le mauvais sujet repenti" (El malvado arrepentido):

"Rapidement instruite par Mes bons offices, Elle m'investit d'une part D'ses bénéfices On s'aida mutuellement Comm'dit l' poète Ell' était l'corps, naturell'ment Et moi la tête. Un soir, à la suite de Manceuvres douteuses. Ell' tomba victim' d'une Maladie honteuse. Lors en tout bien, toute amitié En fille probe Elle me passa la moitié De ses microbes. Sitôt prive de ma tutell' Ma pauvre amie, Courût essuyer du bordel Les infamies. Parait qu'ell' s'vend même à des flics Quell' décadence! 'a plus d'moralité publique' 

(Rápidamente instruida por mis buenos consejos, me devolvió una parte de sus beneficios. Nos ayudamos mutuamente.  Como dice el poeta, ella era el cuero, naturalmente. Yo la cabeza.  Una noche, después de maniobras dudosas, cayó enferma de una enfermedad vergonzosa.  Con toda bondad y amistad, la muy honrada, me contagió la mitad de sus microbios.  En cuanto se liberó de mi tutela, mi pobre amiga se fue a sufrir de los burdeles las infamias. Al parecer, se vende ahora hasta a los guardias. ¡Qué decadencia!  Ya no hay moralidad pública en nuestra Francia.")

(“George Brassens” Cap. X: “Una alumna precoz”,
 de Ramón-Luis Chao)

 

El malentendido con Brassens comenzó con El mal sujeto arrepentido. Por un lado, hubo una audiencia que decretó con horror: "¿Brassens? ¡Sólo malas palabras!”. Por otro lado, otra audiencia que se redujo a escuchar estas "malas palabras" sin ver lo que las rodeaba. Finalmente, el público en general, que, no más estúpido que cualquier otro, escuchó claramente lo que se le dijo. En definitiva, que era un adulto, que uno podía decir delante de él un taco, pero también una rosa, una rosa... Todos los poetas, todos los escritores franceses dignos de ese título tenían su franqueo y su verdosidad. Si poca gente los conoce, ¿es esa una razón? ¡Que los lean! ¡Y que escuchen a Brassens!  En esta canción, en un ramillete deslumbrante, hay toda una tradición poética: Villon, Saint-Amant, Verlaine, Bruant y otros cantantes de la historia eterna de la niña y el proxeneta. Brassens pone su grano de pimienta en él: "Desde que era sólo un bastardo, yo era honesto...”

Georges Brassens (René Fallet)

Comentarios